Después de Phnom Penh, nos fuimos hacia el noreste de Camboya unos días, y nuestra primera parada fue Kratie. La pequeña ciudad a orillas del Mekong es la puerta de entrada a las provincias del este. Entre éstas, hay una clara diferencia entre Kratie y Stung Treng, donde toda actividad, y también todo interés turístico, se centra en el río Mekong, y las provincias de Mondulkiri y Ranakiri, que hacen frontera con el Vietnam y en donde uno puede dedicarse a hacer trekking por las montañas salpicadas de poblados étnicos que hasta hace muy poco eran nómadas.
En Kratie, pues, queríamos ver de cerca la vida del Mekong. Igual que el Danubio en Europa o el Nilo en África, el río Mekong y su famoso delta han marcado la historia del sureste asiático. Sirviendo de transporte, de fuente de agua, de alimento, fertilizando la tierra o cómo fuente de energía, sea en Laos, Camboya o Vietnam, por allí donde pasa el Mekong existe una forma de vida única. El verde intenso de los arrozales conreados por los tranquilos habitantes de estas tierras, los apacibles bueyes de agua que se refrescan a orillas del río, y las casas elevadas sobre el suelo para evitar las inundaciones son una constante.
Para vivirlo en su más pura esencia, fuimos a pasar el día a la isla de Koh Phdao. Lo mejor es alquilar una moto en Kratie por un precio irrisorio y llenarla de gasolina, también muy barata. El camino hasta Sambour, el pueblo donde se coge el ferry hasta Koh Phdao, es largo y la carretera es mala. Una opción para que no se haga tan pesado es hacer una ruta de 2 o 3 días, con más paradas y pudiendo trasnochar en una casa local en la isla o en algún otro pueblo. Si se dispone de tiempo suficiente sin duda lo recomendaría. Una vez se llega a Sambour, por la carretera que discurre al lado del río, que aun siendo mala para circular supone un agradable paseo, se debe tomar el “ferry”. Primero hay que encontrarlo.
Cuando se llega por la carretera a Sambour hay que girar a la izquierda, seguir unos 50 metros, y lo que queda a la derecha, por mucho que no lo parezca, es el muelle. De muelle no tiene nada, es un callejón muy empinado y siempre embarrado, una delicia para pasar con un scooter con malos neumáticos y peores frenos, que termina directamente en el agua. Parecía increíble pero los vendedores de las tiendas de esa calle no entendían o no querían entender ni la palabra “ferry”, ni la palabra “Koh Phdao” (pronunciada de todas las formas que se nos ocurrió), ni nada que nos diera esperanza para pensar que estábamos en el lugar correcto. Sin embargo, efectivamente, al cabo de un (largo) rato llegó el “ferry”. Supongo que la palabra más adecuada sería “balsa”, o algo por el estilo. Básicamente eran 4 tablones de madera clavados de alguna forma que hacía que flotasen, un toldo improvisado y un cortacésped que hacía las funciones de motor. Ahí encima se subieron una decena de motocicletas y una quincena de personas, y por increíble que parezca, llegamos al otro lado.
Las dudas sobre si habría valido la pena toda la aventura se desvanecieron en cuanto desembarcamos en Koh Phdao. La escena era tal como la habíamos imaginado, y el cansacio, el hambre, la sed y el calor, no podían empañar el panorama. Estuvimos recorriendo los campos de arroz por caminos de tierra con nuestro scooter hasta que tuvimos suficiente. Las casas de madera con las habitaciones elevadas se iban sucediendo mientras los niños nos saludaban al pasar. Cuando el hambre fue demasiado, a falta de restaurantes, preguntamos en una casa si había algo para comer cerca. Ahí mismo nos prepararon un arroz con curry tan bueno como abundante, que saboreamos mientras asistíamos a la clase de inglés diaria que la profesora impartía a los niños que se congregaban ahí para aprender los números, los colores y los días de la semana. Después la profesora nos explicó que en realidad no lo era, que sólo quería enseñar el poco inglés (era muy poco) que sabía a los niños, sin ganar nada a cambio, para que tuvieran mejores oportunidades de mayores.
También nos explicaron el gran peligro al que se enfronta la región: la construcción de una enorme presa en el río. Actualmente se está estudiando la viabilidad del proyecto, y existe una asociación que pretende hacer de puente entre los habitantes de esta zona y el gobierno. La forma de vida tranquila y apartada de los lugareños ha hecho que no se haya prestado demasiada atención a sus intereses, ni ellos se han hecho escuchar. Sin embargo, si el proyecto llega a llevarse a cabo, la vida de las personas que viven en Koh Phdao y los alrededores cambiaría drásticamente, si no es que tienen que marcharse a vivir a otra parte. Además, el impacto sobre la fauna y la flora de la zona también sería catastrófico.
Después de comer emprendimos el largo viaje de vuelta. Si la espera para el ferry de ida nos había parecido larga, para el ferry de vuelta fue eterna. El ferry no sale hasta que hay suficiente gente, y esto puede significar horas. Sólo vale tener paciencia. Al final, aunque no hubiera sido el más cómodo del mundo, el viaje había valido la pena, y habíamos podido conocer un poco más sobre los pueblos más tradicionales que viven a orillas del Mekong.
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